viernes, 13 de marzo de 2009

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Minga!
Festival de Literatura
del Centro de la Provincia de Buenos Aires
Tandil
3 y 4 de abril de 2009
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Talleres
Lecturas
Feria de Publicaciones
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FESTIVAL DE LITERATURA
apertura
viernes 3 de abril -20:00hs
Casa Chango
- 25 de mayo 451-
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participan
Josefina Irurzun - Juan Gandolfo
Sol Echevarría - Alberto Gagetti - Leonel Livchits
Javiera Pérez Salerno - Guillermo Wulff - Leo Xifra
Diego Anselmi - Maru Paii - Jerónimo Ruiz
Ignacio Buquete - Gustavo Peña
Georgina Sirito - Lucio Arrillaga
e invitados
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jueves, 12 de marzo de 2009

Fragmento del capítulo VII de la novela Minga! de Jorge Di Paola (Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 1987).

Pablo no se había engañado. Era un rancho, de los que ya se veían pocos. Lo atendió un viejo de barba espléndida (si no hubiera tenido boina de vasco, así como estaba, iluminado en el dintel por rayos y centellas ¡el mismo Adonai en persona!). Y que ojos.
-Pase, m`hijo.
(…)
La visita, o el sueño –ya no se distingue el acto original de las réplicas- que hizo Pablo al poeta ese invierno como rancho, pocos días después de la partida de Curú: un invierno de noches luminosas, con el aire que lastima la cara al salir. Por otra parte, ni los perros se veían.
Cuando las calles están vacías, se oyen a veces los ladridos, como si las quintas estuvieran cerca. Marcan más el silencio, hasta que algún auto se enfurece desde el fondo de la noche pelada. Corre por algún lado y pasa no se sabe por donde, como si las calles no fueran cortas y no se terminaran ahí nomás.
Una puerta se cierra, con fuerza. Parece acá. Pero no. Nada más vacío que la ciudad vacía en el vacío de arriba y en el vacío de abajo. El adoquín brilla, tan gastado, a la luz de los focos.
¡Esa luz que resplandece desde lejos y para nadie! Los faroles no dejaban ver las estrellas. Hay que irse a lo oscuro.
Es una luna el pueblo, si lo vieran brillar de arriba. Pero nadie lo ve, nadie vuela. Capaz que ese reflejo se desvanece como el humo. Hay un eco de pasos, los de Pablo, rumbeando hacia el camino que sube por un costado del cerro. Ahí debe vivir. Le dijeron que dio vuelta el día, se levanta cuando el sol baja. Prende la estufa y se hace un té, amargo.
Pablo iba, por su palabra, y a saludarlo. A cumplir.
Esa noche, a poco, el Poeta le dijo:
-Llámeme pueta, es más mejor. Mire que cambié de género y ahura hago puesía, que no es lo mesmo.
-Güeno –le contestó Pablo. Eso le gustó. Hizo un silencio corto, escondió la sonrisa.
-Tenía un río en Entre Ríos (fijate cuanto río en esa frase) para mirar pasar. Discurrir a mis pies. Pero yega un momento en que no se puede ni hablar. Ya no me gustaba más que el río corriera, y menos que discurriera, siempre con camalotes en las crecientes. Mosquitos y jejenes –póngale el resto, si sabe de bichos.
Se durmió un poco en la silla, como si ya no estuviera. Era su casa. No soportaba más el sol, quería dormir sin soñar. Tenía las paredes pintadas de blanco con varias manos de cal, para “que me parezcan a hojas de papel”. La casa estaba casi pelada, como si metiera dentro el vacío de afuera. No se sabe si decir sacaba, con el vacío. (Hay algo que está, sin embargo, cuando está vacío).[*]
Andaba –y andará, sigue andando en el sueño de Pablo- en bolas, hasta en invierno.
Había dejado la casa sobre el barranco que miraba al río, la luna de allá, que se repetía en el agua, abajo, y temblaba con la corriente.
-No se puede ver pasar siempre el mesmo río –le había dicho- así que me hice de montaña y me vine acá. Se queda más la cosa. Frente al río, escribía a lo largo. Ahora me puse a escribir en redondo, para arriba. Y ando cerca del punto. El río se me escapaba del verso ¿sabe? ¿Qué podía decir, que pasa y se va? Da lo mesmo con el humo.
Pablo le dijo que se tenía que ir. Lo ponía incómodo verlo en bolas.
-Vaya, cébese. Dulce o amargo.
-Es que me voy yendo –le dijo Pablo- Ya le dejé los saludos.
-Acá quedan –cambiando, dijo: -Míreme a mí –estaba en bolas-. Ni frío tengo. ¿Dónde v´a’ dir? Es mejor quedarse.
Ahí, cuando el Pueta se sentó, se fue enterando: primero se había cansado de los griegos “pucha que duran”; después, del río. Ahora andaba paisano, claro que no de a caballo. Ese era otro tema. Pablo miró por ahí; había poco, pero revolvió la mesa, con pilas de papeles. En cada hoja, no más de dos o tres palabras, en el centro. A veces, una sola.
-¿Anda escribiendo un diccionario? –le comentó-. ¿Dónde están las explicaciones?
El Pueta se rió un rato largo.
-Hace falta silencio, m’hijo. Eso no habría que decirlo siquiera, ¿no? Pero eso es la puesía, un corte de manga a la madeja del barullo general. Lea mi último puema, no habrá más.
-“Minga!”-decía.
¿De qué iban a hablar, después? Cada tanto, se oía el ruido de la bombilla cuando se acaba el mate. Cuando la yerba se lavó, Pablo se fue. El sueño termina igual.
[*] Comjunto vacío.